sábado, 2 de octubre de 2010

La fábula del hombre muerto

Llegado a un determinado punto de su vida, el hombre sintió que una parte suya se moría. Las cosas le resultaban lejanas y tardías, la vista se acortaba, las catástrofes le parecían modestas, y sentía cierta pena por los nacimientos. Calzó su sombrero frente al espejo del cuarto de la pensión. Puso en el winco un disco de los who, se miró a los ojos y exclamó: "estoy muerto, el mundo se me hace una comedia que no recuerdo. Las caras se me vuelven máscaras. Y solo escuchar esto me mantiene vivo". Keith Moon se desata de su camisa de fuerza y ataca los parches de una batería rellena con sorpresas. Eso lo despierta de su psiquis y lo pone en camino a su trabajo. El hombre muerto es empleado en un puesto secundario de los ministerios paraestatales donde crecen hongos, palomas, insomnes, subrayadores y cocineras. Allí se desempeña de archivista, como su admirado Lao Tsé. La grasa de la medialuna le parece repetitiva. El siente que es un mantram venido del cielo taoísta y se concentra en un pensamiento: su muerte.


El vacío es un lugar previsible, basta con pensar en llenarlo para darnos cuenta. Eso le pasaba a nuestro amigo, sentía que su muerte estaba en los reflejos de un mundo pasado, las estructuras de su mente hoy eran ruinas. Todo se le iba volviendo más blanco y desconocido. Pero en esa sensación de letanía estaba su fuerza. Notaba que un futuro se desplegaba. El renacimiento, pensó, está al caer.

Cuando un cadete lo interrumpió, su cara tenía la expresión de un Clásico. Le dejó para archivar unos artículos sobre el crecimiento de los membrillos en las Huertas Orgánicas de la Nación. Ahí le cayó la ficha. "Un hombre muerto no debe hacer nada, y menos esto". Tomó su sombrero y se fue caminando a su casa. Pensando qué le traería su suerte de hombre muerto. A las cuatro cuadras se cansó, tuvo que sentarse en un banco de una plazoleta. Un bondi lo llenó de humo, a la plaza le habían crecido rejas. "Esto no debería pasarle a un hombre muerto".

Retomó su curso, llegó a su casa, colgó el sombrero (que era lo único que llevaba puesto porque estaba muerto), puso el mismo disco de los who. Tomó tres ginebras y se alejó del vaso, la botella, la música, la habitación, cerrando los ojos.

1 comentario:

  1. "la grasa de la medialuna le parece repetitiva" canturreaba el vinilo de los who

    y el hombre muerto arrasaba con los culos de ginebra
    desparramados por el balcón

    dead man dead man
    culitos de botella con sabor a whos

    a veces no parecemos
    a un entrerriano
    que juega a las bochas

    cerca de corrientes.

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